El Aleph Texto pequeñoTexto medianoTexto grande
Brad Williams, el hombre Google, o la enciclopedia andante, ha sido comparado con Funes el memorioso porque posee una memoria prodigiosa. Sin embargo, Funes recordaba cada detalle que sus sentidos captaban: todas las tonalidades y todas las posiciones que cada hoja de un árbol adoptara a lo largo del atardecer (a lo largo de todos los atardeceres); cada variación de cada nota de una melodía; cada gesto de cada conversación, etc. Aun así, parece que el señor Williams es un esclavo de su memoria.

El olvido no es tan perjudicial como parece. De hecho, en ocasiones constituye un mecanismo de autodefensa de la mente: el recuerdo de situaciones traumáticas o excesivamente impactantes, es atenuado en sus detalles o incluso bloqueado. Para el inmortal del cuento de Borges, el olvido es la única forma de soportar el presente, pues la abrumadora suma de recuerdos resulta atroz. El propio Borges entiende -o desea- que la muerte implica el olvido, la disolución en el todo ("llegará un momento", confiesa con alivio, "en el cual cesaré para siempre, en el cual dejará de existir Jorge Luis Borges"). El enamorado que sufre un desengaño cruel necesita olvidar. Mi padre, con su peculiar memoria, agradece olvidar las películas que ha visto y los libros que ha leído, porque así puede disfrutarlos, de cuando en cuando, como si fueran nuevos para él.

El recuerdo, que en tantas ocasiones se nos presenta como la hermosa evocación, puede significar una tortura. Quien no se libra de un recuerdo persistente, puede enloquecer. Y quien forzosamente relaciona prácticamente todo lo que ve, todo lo que oye, con recuerdos de su pasado, sufre una condena sutil pero implacable: nunca es libre de perderse en el bálsamo del olvido, en la reconfortante sensación de no saber quién es o quién fue.

Lo reconozco, mi memoria es mala, o mejor dicho, demasiado caprichosa. Quizá no soy justo en mi valoración y me mueve la envidia insana. Pero sé que cuando llegue mi hora, podré decir, si acierto a recordarlo, que no sé quién fui, ni quién soy. En cambio, Brad Williams podrá repetir sin vanidad ni desafío las palabras de Yahveh: "Yo soy el que soy."